La Inteligencia Artificial y los sentimientos
El concepto de IA es aún demasiado difuso. Contextualizando,
y teniendo en cuenta un punto de vista científico, podríamos englobar a esta
ciencia como la encargada de imitar una persona, y no su cuerpo, sino imitar al
cerebro, en todas sus funciones, existentes en el humano o inventadas sobre el
desarrollo de una máquina inteligente.
A veces, aplicando la definición de Inteligencia Artificial,
se piensa en máquinas inteligentes sin sentimientos, que «obstaculizan»
encontrar la mejor solución a un problema dado. Muchos pensamos en dispositivos
artificiales capaces de concluir miles de premisas a partir de otras premisas
dadas, sin que ningún tipo de emoción tenga la opción de obstaculizar dicha
labor.
En esta línea, hay que saber que ya existen sistemas
inteligentes. Capaces de tomar decisiones «acertadas».
Aunque, por el momento, la mayoría de los investigadores en
el ámbito de la Inteligencia Artificial se centran sólo en el aspecto racional,
muchos de ellos consideran seriamente la posibilidad de incorporar componentes
«emotivos» como indicadores de estado, a fin de aumentar la eficacia de los
sistemas inteligentes.
Particularmente para los robots móviles, es necesario que
cuenten con algo similar a las emociones con el objeto de saber –en cada
instante y como mínimo– qué hacer a continuación.
Al tener «sentimientos» y, al menos potencialmente,
«motivaciones», podrán actuar de acuerdo con sus «intenciones». Así, se podría
equipar a un robot con dispositivos que controlen su medio interno; por
ejemplo, que «sientan hambre» al detectar que su nivel de energía está
descendiendo o que «sientan miedo» cuando aquel esté demasiado bajo.
Esta señal podría interrumpir los procesos de alto nivel y
obligar al robot a conseguir el preciado elemento. Incluso se podría introducir
el «dolor» o el «sufrimiento físico», a fin de evitar las torpezas de
funcionamiento como, por ejemplo, introducir la mano dentro de una cadena de
engranajes o saltar desde una cierta altura, lo cual le provocaría daños
irreparables.
Esto significa que los sistemas inteligentes deben ser
dotados con mecanismos de retroalimentacion que les permitan tener conocimiento
de estados internos, igual que sucede con los humanos. Esto es fundamental
tanto para tomar decisiones como para conservar su propia integridad y
seguridad.
A los sistemas inteligentes el no tener en cuenta elementos
emocionales les permite no olvidar la meta que deben alcanzar. En los humanos
el olvido de la meta o el abandonar las metas por perturbaciones emocionales es
un problema que en algunos casos llega a ser incapacitante. Los sistemas
inteligentes, al combinar una memoria durable, una asignación de metas o
motivación, junto a la toma de decisiones y asignación de prioridades con base
en estados actuales y estados meta, logran un comportamiento en extremo
eficiente.
En síntesis, lo racional y lo emocional están de tal manera
interrelacionados entre sí, que se podría decir que no sólo no son aspectos
contradictorios sino que son –hasta cierto punto– complementarios
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